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miércoles, 16 de mayo de 2012

Crónica: The Kooks en el Luna Park


Luke Pritchard al frente del grupo británco

A doce mil kilómetros de casa, Luke Pritchard tiene lugar de privilegio. Mientras una marea de chicas encendidas dispara su histeria contra el escenario, suena "Is It Me" y este líder movedizo y carismático transforma la proeza de su primer Luna Park -con entradas agotadas- en un mero acto de decantación natural. Luke va al frente, embiste, seduce, sonríe y propone un juego que, sobre la efectividad de un setlist dividido en sus tres discos de estudio (Inside In/Inside Out, Konk y Junk Of The Heart), es difícil que pueda llegar a perder. Por eso, con una puesta austera sostenida por dos pantallas que custodian ambos lados del escenario, lo del cuarteto nacido en Brighton se trata de un exhibición concisa y solvente acerca de lo que son capaces de producir estas canciones dulces, pegadizas y coloridas que explotan bajo el techo del Palacio de los Deportes como pirotecnia alemana.

Sobre la base irrompible de dos hombres de bajo perfil como Chris Prendergast -batería- y Peter Denton -bajo-, el vuelo musical de Kooks queda entonces en manos de Hugh Harris, el arma secreta del grupo, que a un costado del escenario y escondido bajo sus rizos rubios aporta cuotas de sorpresa y riesgo desde la guitarra o desde las teclas: maltrata las cuerdas en "Sway", sostiene el tiempo a pura distorsión en "Down to the Market" o comanda una soberbia interpretación de "Runaway" terminando en un pantanoso enjambre de guitarras acústicas.

Pero para lo demás, claro, está Luke, que es quien se encarga de sostener la intensidad durante algo más de hora y media de show. El cantante cuenta con su propia pasarela por donde se pasea, posa para los fotógrafos, revuelve su porra a lo Michael Cera y le canta de cerca a las afortunadas de la primera línea; se acaricia el pecho conmovido en canciones de beat sostenido y estribillos apasionados ("Rosie", "See the Sun"); y cuenta, además, con su propio momento de soledad frente al público, dialogando, escuchando ofertas y entregando, bajo una lluvia de luz blanca, una íntima versión de "Seaside".

Entre el rock de guitarras aceleradas y esa efectiva fórmula pop multitarget, capaz de funcionar a la perfección tanto en rankings radiales como en publicidades globales, la esencia de los Kooks trasciende formatos; y de eso no quedan dudas. Buscan intimidad en un lapso acústico a banda completa para "Tick of Time", rockean al límite en "If Only" y disparan a repetición con balas del calibre de "How'd You Like That?", "Do You Wanna" y "Junk of the Heart". Entre todo eso, Luke también se sienta al piano y ofrece el momento más alto de la noche para una psicodélica y progresiva versión de "The Saboteur"; de lo más oscuro y misterioso del show, aunque también lo menos celebrado.

"Nos tenemos que ir, fue una noche maravillosa. ¡Ustedes son maravillosos!", agradece Pritchard con cierta naturalidad antes de cerrar con "Naive" y guardarse en la retina ese pogo enorme cargado de perfume y ropa de diseño.

Fuente: Rolling Stone


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